miércoles, 4 de enero de 2012

Prurito profesional

Haber estudiado electrónica y estar colgado por la música son dos cosas que desenbocan, a poco que a uno le pique la curiosidad, en destapar la olla de la cultura de club y ver a qué huele lo que se está allí cociendo.

Cuando hablo de música con alguien, cosa que ocurre a menudo, sólo me encuentro (de tanto en tanto, no exageremos) un problema, la cortedad de miras y el fanatismo de algunos. Me parece, como en el resto de ámbitos de la vida, una pena dar con personas que descalifican no ya canciones o artistas, sino estilos completos de música sin haberlos escuchado con un mínimo de paciencia siquiera, simplemente por el factor social que conllevan o las opiniones de algunos de los artistas que siguen. En casos he encontrado ideas lejanas de ecos de traición a la propia música que defienden. Aquello de las pegatinas del "disco sucks" que tan de moda se pusieron a finales de los 70.

La historia de la música electrónica es, como tantas otras, una historia llena de curiosidades, temas mayores y menores, pasión, inventiva, arte y escombros. No se diferencia mucho en el fondo de la condición humana, que es lo que va por el subsuelo de todo.

Es mentira que componer música electrónica sea más fácil que componer otro estilo de música (a menos que consideremos música lo que hago yo tocando Star Wars con la flauta dulce). Y si hoy día, en plena era digital, puede estar más al alcance de todos (sigo diciendo que una guitarra mala cuesta menos que un ordenador malo), no lo estaba en sus orígenes, en aquel Nueva York o aquel Munich donde comenzaron a aparecer las primeras melodías de la cultura de club.

De entre las personas que comenzaron a rodearse de aparatos analógicos para transformar el sonido, este italiano afincado en Alemania: Giorgio Moroder.

Su influencia en la música electrónica, tanto en la derivación que la cultura de club tuvo hacia el house en Chicago como en el minimal o el techno de Detroit ha sido reconocida a ambos lados del atlántico hasta ser incluido en el Dance Music Hall of Fame en 2004.

Varios de sus trabajos son ampliamente conocidos, aquellos con Donna Summer, que le llevaron al Grammy en el 97, o sus trabajos para las bandas sonoras de diferentes películas en los 80 entre los más populares.

El trabajo que traigo hoy no es el más significativo de Moroder (ni de lejos), pero sí el más subjetivo para un servidor. Fue la primera vez que entró en mi discoteca particular, en aquel mes de mayo del 84 en que me regalaron el vinilo. Una de sus varias bandas sonoras, la de la peli que se hizo en base a la primera mitad de la obra de Michael Ende: "La historia interminable".

Mezcla aquí de electrónica con cuerdas y vientos de orquesta. No sé si da la impresión (a mí no al menos) de que el tiempo ha pasado mal por ella y ha perdido el valor de novedad para convertirse en un experimento casposo. Posiblemente ahora se haría de otra forma, pero creo que el resultado está muy bien conseguido. Y, que coño!, tiene de los primeros 21 segundos (hasta que se repite la coda por primera vez) más estimulantes y optimistas que he oído nunca. Que la disfruteis.



Cosas buenas a tod@s.

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