lunes, 12 de marzo de 2012

Hacerse maduro en la frontera

El pasado fin de semana leía un artículo acerca de la capacidad de envejecer siendo un rockero de pro.
En particular centraba el posteador su artículo sobre Bruce Springsteen. Y lo centraba para mal. Poniéndole como ejemplo de persona que, bien mal aconsejada, bien por eterno complejo de Peter Pan, no ha sabido evolucionar el rol que debe de cumplir delante de su público y en vez de dejarse guiar por una honestida brutal, ha preferido alargar su imperecedera fama hasta donde el mercado decida.
No quiero entrar hoy en la figura del Boss ni en la particularización del planteamiento del escrito. Si todo sale medianamente como debiera, pronto caerá por aquí el de New Jersey.

Sí se me ha venido a la cabeza el asunto de fondo, el envejecimiento del rockero, cuando he traído a las orejas ese trabajo reciente y sereno de un grupo a menudo subvalorado a este lado del charco: Los Lobos.

Posiblemente si tengo una larga noche por delante, una caja entera de cervezas heladas, una funda repleta de farias y la compañía adecuada, colocaría encima del disco de los de David Hidalgo alguno de Tito Larriva. En cualquier otra circunstancia me quedaría con el paso medido de los de Los Ángeles Este.

Los Lobos son algo más que aquel grupo que versionó La Bamba del gran Ritchie Valens para la B.S.O. de la peli homónima del 87. Los Lobos son una banda de rock cercana a la frontera. Imbuidos por los sones a un lado y al otro del Rio Grande. Una banda que comenzó su andadura allá por los años 60 y que, aún hoy, sigue dando guerra.

No hace mucho sacaron al mercado este Tin Can Trust que es como un chupito de tequila reposado.
Me encanta el paso gastado que destila. Midiendo la energía justa en cada tema. Con guitarras dominadas y voces amaestradas por los años. Sin hacerse monótono ni pesado en ningún momento. Con dos temazos en español que sacan a la luz del sol las raíces más profundas de la música mamada en los suburbios inmigrantes chicanos de L.A. Con un instrumental enorme del propio David Hidalgo titulado Do the Murray, con temas que me recuerdan vagamente dejes del Chris Rea más lacónico, como un Jupiter or the Moon o el genial All my bridges burning. Por si faltaba alguna pretensión (que diría Rosendo), una versión de un temazo de Jerry García y sus Muertos Agradecidos.

No sé qué opinaría el autor traído al comienzo del post del envejecimiento de éstos. Para mí excepcional. Aprovechando lo que de bueno tiene madurar a fuego lento. Cuando la técnica no necesita del exabrupto. Como me decía uno que yo me sé hace unos días, llega una edad en la que ya no sientes la necesidad de írtela midiendo con todo el que te pasa al lado.
Cosas buenas a tod@s.



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