domingo, 10 de junio de 2012

El Barbero de Sevilla

Comenté hace unas semanas que estaba introduciendo variaciones en esa disciplina autoimpuesta y algo absurda de dedicar cada semana a la escucha de un álbum original de estudio de algún intérprete. Y una de las cosas que se me vino a la cabeza fue un montón de CDs viejos que tengo arramblados y que otra gente, no yo, fue almacenando en mi casa como pretexto de que acompañaban a tal o cual diario.
Una de esas mini colecciones la forman diez álbumes con fragmentos de diversas óperas. Y, bueno, pues me puse manos a la obra y dediqué esta semana a escuchar el primero de los diez. Una recopilación de nueve fragmentos de ocho diferentes óperas que van de Carmen a La Bohème pasando por L'elisir d'amore o, como me ocupa hoy, El barbero de Sevilla.

Por qué he escogido precisamente esta? Básicamente por que hay un factor que domina esta escucha, no tengo ni idea de ópera. Esto me hace más apetecible y sencilla la escucha de algo ya conocido, metido en algún rincón de la cabeza, que el comenzar de cero sobre material completamente nuevo.

Y, como cada vez que me pongo a escuchar algo durante unos cuantos días, comencé en paralelo a fisgonear por la cosa esta de internet entre textos, artículos, reseñas y demás cacharrería que me pusiera al corriente acerca de lo que oía. Y encontré una cosa curiosa que comentaré luego.

Primero dejadme resumir en dos líneas el argumento de esta ópera: resulta que hay un tipo viejo que tiene una joven doncella como pupila. Se quiere casar con ella y sabe de un joven que la ronda. Tal joven es, en realidad, un noble de España (conde), rico y apuesto, todo un galán, vamos, que la ronda disfrazándose con diversos atuendos para evitar publicar su verdadera identidad. Al lado del viejo avaro hay un profesor de música que le advierte acerca de las intenciones del conde y que, junto a él, intentará por todos los medios evitar un encuentro entre la chica (Rosina) y el susodicho galán (Almaviva). Pero hete aquí que Almaviva tiene un compinche, un antiguo criado ahora conocido barbero en Sevilla (Fígaro) que le ayudará a ir introduciéndose en la casa para encontrarse con Rosina. Como se trata de una opera bufa, todo acaba bien y el chico y la chica se casan y son felices y comen perdices y todo eso.

Y, bueno, entre todo este lío, va sonando una espectacular música compuesta por un sujeto que se llamó Gioacchino Rossinni. Rossinni fue una máquina de hacer óperas. Entre 1810 y 1829 hizo el amigo 39 óperas. Treintaynueve!. Aparte, por supuesto, de producción músical en otros campos. En otras palabras, que me parece que tendremos ocasión de volver a hablar del tipo por este blog más adelante.

En particular El Barbero de Sevilla es una ópera cuyo libretto se construye en base a un texto de un francés que se llamó Pierre-Augustin de Beaumarchais, un dramaturgo francés aparentemente atraído por España. Lo gracioso del asunto, y aquí viene la anécdota que anunciaba anteriormente, es que Rossinni no fue, ni mucho menos, el primer músico que se fijó en el texto del galo para generar una obra músical. De hecho, cuando Rossinni estrenó su Barbero, ya había otro que estaba cosechando el éxito y clamor del público. Esta otra obra era fruto de un compositor llamado Giovanni Paisiello. El caso es que este tal Paisiello parece ser que no era todo lo límpio que se podría esperar y medraba entre el público ante los estrenos de otros autores que pudieran poner en peligro la aclamación de su obra.

Leo que éste fue el caso aquel 20 de febrero de 1816 en el Teatro Argentina de Roma. De todo pasó. Cuentan que desde caídas de actores hasta gatos saltando al escenario, aunque parece ser que lo más relevante fue el espectáculo que se dió a este lado del escenario, entre el público, durante todo el primer acto. Abucheos, silbidos, gritos. Los acólitos de Paisiello se encargaron de boicotear la interpretación hasta el punto de que el mismo Rossinni, que asistía, tuvo que salir de la platea temiendo por acabar recibiendo algo más que palabras.

Sin embargo la historia tiene un final feliz. La ópera de Rossini se organiza en dos actos. Tras el descanso comenzó el segundo acto y los abucheos y pitidos fueron en decremento, perdiendo intensidad, el público comenzó a prestar más atención al desarrollo, a la música, la multitud fue cayendo en la evolución de la trama y la melodía. La última parte de la representación, cuentan, convenció a la mayoría, que rompió en aplausos y vítores al caer el telón. Fue el comienzo de la leyenda de una de las óperas más conocidas del mundo y el fin de la versión de Paisiello como referente musical del texto de Beaumarchais.

Suena la leyenda tan bonita que dudo que fuese verdad filparranda, pero, con las noticias que estamos recibiendo últimamente... no apetece creérsela?

Un poquito de esta obra. La obertura, la misma música que sonó cuando la platea del Teatro Argentina comenzó a silbar, patalear y gritar. Digo yo que, desde el foso, el director de la orquesta, como mínimo, metería un poco la cabeza entre los hombros.

Cosas buenas a tod@s.

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