viernes, 22 de febrero de 2013

H-D-H

Ayer me pasé el día en la cama. Bueno, la mayor parte del día. Ya sabéis, fiebre, toses, esas cosas que pasan en invierno. Y, con la modorra, me casqué los auriculares y me puse a escuchar a The Supremes.

La elección fue fortuita y por tanto en absoluto premeditada, pero en ocasiones estos encuentros te hacen escuchar canciones oídas mil veces con una atención inusitada. La casa vacía, el silencio gobernándolo todo.

Además las vocalizaciones de Diana Ross, Mary Wilson y Florence Ballard son espectaculares. A poco inglés que sepas hablar las coges sin problema. Así que aproveché para fijarme en las letas. Y, por supuesto, se me vinieron a la cabeza tres compositores/productores del más alto nivel. De esos cuyos nombres se escapan a menudo del conocimiento popular porque no salen a las tablas a dar la cara, pero que significan el alma de las canciones que otros interpretan.

Responden a los nombres de Brian Holland, Lamont Dozier y Eddie Holland (el primero y el último hermanos entre sí). Estos tres produjeron y compusieron de lo mejorcito que esa máquina alucinante de hits que fue la Motown de Berry Gordy sacó a la palestra durante los años 60s. Compusieron para las Supremes, desde luego, pero también para Four Tops, The Tempations, Marving Gaye, The Miracles,... vaya, para casi todas las estrellas de la década del sello de Detroit.

Su importancia durante aquellos años está fuera de toda discusión. No sólo nos han dejado canciones maravillosas, es que industrialmente fueron una auténtica mina de oro. Consiguieron 25 números uno. Se dice rápido. Por centrarnos en el grupo con que arranqué el post, diez de los doce números uno de The Supremes son salidos de sus manos.

Más tarde rompieron sus relaciones con Gordy. Problemas monetarios les llevaron a abandonar el sello y ahí se inició una larga batalla legal entre las partes. Siempre creo que estas cosas despistan del objetivo central, especialmente cuando de artistas hablamos. Hubo más producciones. Soy sincero, este falsario no ha recorrido aún ese camino, pero leyendo por encima lo que viene, me temo que H-D-H nunca sonó como cuando, allá por el 64, Diana Ross se calzó el Babylove y nos dejó a todos babeando.

Cosas buenas a tod@s.


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