domingo, 26 de octubre de 2014

El guitarra de los Blue Moon Boys

Hay títulos que lo dejan todo claro para el que ya conoce el camino, pero que sirven de escalón para los que vamos adentrándonos. El iniciado sabe perfectamente a estas alturas sobre quien hablaré hoy, pero no es a él o ella a quien más envidio, sino al lector que va a llevarse alguna que otra sorpresa en tan solo unos segundos.

Vamos a comenzar por explicar eso de los Blue Moon Boys.
Obviamente se trata, de esto va el blog, de un grupo musical. Una banda que allá por los 50s recorrió los estados del sur de los USA llevando rock'n'roll primigenio y rockabilly a miles de jóvenes que se acercaban curiosos a un nuevo sonido. Formaban el grupo un batería, un bajo, un guitarrista principal y un guitarrista rítmico que hacía las veces de vocalista. Esta estructura, hoy convencional, no lo era tanto allá por 1954. Gente entregada al rock'n'roll como Chuck Berry aunaban en una misma persona la parte vocal y el protagonismo principal al instrumento a la hora de desplegar los solos y los punteos sobre las seis cuerdas. No era así en los Blue Moon Boys. Rara vez el vocalista (guitarra rítmica) se dedicaba a la digitalización sobre las cuerdas. Era entonces cuando entraba en escena el sonido personal e inconfundible de nuestro protagonista hoy sobre su Gibson. Su caracter introvertido, unido a la tremenda personalidad del vocalista, hacían sin embargo que ni siquiera entonces se posasen sobre él las miradas y atenciones del público asistente. En seguida (si ya no lo intuís) comprenderéis por qué.

Los Blue Moon Boys estaban formados por tres chavales a los que se unía ocasionalmente un batería llamado D.J. Fontana. Estos respondian a los nombres de Scot, Bill y.. sí, Elvis. Scotty Moore y Bill Black eran dos músicos que Sam Philips colocó al lado de El Rey como acompañamiento ya en la grabación de aquel mítico primer single que fue That's allright (mama), uno de los hitos en la historia del rock'n'roll. Y juntos estuvieron durante una buena temporada, justo hasta que la leyenda de Elvis Presley creció hasta dimensiones que acabaron generando tensiones irresolubles dentro del combo. Desde sobreproteccionismo mercantil por parte de nuevos managers que entraron en el juego hasta desavenencias salariales dieron al traste con el espíritu original y rebelde de los chicos de la luna azul (o triste).

Sea como fuere el final, lo cierto es que durante un buen puñado de años las cuerdas de Scotty Moore acompañaron algunos de los más célebres temas de Presley, tanto en su etapa en Sun Records, como en RCA. Moore desarrolló y adaptó el sonido a la guitarra de Chet Atkins, con quien compartió créditos en el primer álbum de Presley, homónimo, allá por 1956 y ya en su etapa en RCA y generó un referente universal en la ejecución a las seis cuerdas para el sonido rockabilly y rock'n'roll en general. Me encanta a este respecto esas palabras de Keith Richards que vienen a decir: "todos lo demás querían ser Elvis Presley, yo quería ser Scotty Moore".

Una muestra seguido de su habilidad para hacer de la Gibson una guitarra parlante.

Cosas buenas a tod@s.


domingo, 19 de octubre de 2014

Casualidad y cenas

Hace pocos días tuve que atender, por motivos laborales, a una cena organizada por una asociación de mi sector. Compartíamos mesa diferentes personas y no todos nos conocíamos. Pasamos al restaurante tras un breve encuentro en la puerta y la gente fue tomando asiento. Tardé en hacerlo y finalmente cogí la última silla del lado largo de una mesa rectangular, justo entre la pared y otro de los invitados.
La cena fue avanzando y los temas fueron pasando, bastante más amenos de lo que en principio había supuesto. Nada de asuntos profesionales, ni política, tampoco fútbol. Mi compañero de la derecha, los dos de enfrente y yo nos metimos en el barro hablando de valentía en la vida para huir de los convencionalismos impuestos. No está mal para una cena de este tipo. El caso es que, entre unas cosas y otras, esta persona acabó comentando, ligado a lo anterior, lo incomprensible que para su pareja y su entorno era que él disfrutase cada año del Sónar barcelonés. No cada año, es que había ido a todas las ediciones. Para él el Sónar era (es) una ceremonia anual tan sagrada como la celebración de la cosecha o el Año Nuevo Chino para otros (para los chinos en este último caso, claro).
Luego fueron llegando los platos y con ellos los huecos rellenados de silencio.
Hasta que no supe contenerme y le inquirí qué tipo de música o que bandas entonces estaban entre sus preferidas. Con la prudencia debida me contestó ambiguamente que él tenía unos gustos algo especiales, no muy comunes, que, lo que a él le gustaba, era el ruido. Así mismo. Cosas chocando contra cosas. Ni siquiera habían de ser instrumentos musicales. Y me miraba con una mezcla de desconfianza e ironía en la mirada, como calculando mi capacidad de reacción ante sus palabras. Entonces le mencioné a Einstürzende Neubauten y su gesto se transformó en una relajada y amplia sonrisa.

Desperté su interés y pocos segundos después era él quien me inquiría a mi por un grupo de cabecera ("es difícil lo sé, pero intenta decirme uno, que me haga una idea"). Calculé, y calculé bien. Y digo que "calculé" porque ante esta pregunta suelo ir de after-punk y, en vez de buscar lo más desconocido, me decanto por lo más obvio. Como en un postureo (todo es vanidad) de "te digo fulano porque ya estoy de vuelta de los perenganos". Pero no, esta vez apunté con la mirilla telescópica y, sin mentir, porque no hay objeto para ello, le dije "la Velvet Underground". De nuevo sonrisa de oreja a oreja.
Y de ahí fuimos saltando a Tom Waits, a Kraftwerk, las derivas de Reed y Cale... hasta que, saturado del perfume del culto, me tiré a la piscina y le declaré mi amor por Beatles, Stones, Elvis y demás músicas al alcance del más desinteresado de los mortales. Pinché en hueso. Eso no. Elvis cansino, Beatles quizás uno, dos temas, Stones prohibitivos... no creo que hubiese tenido una respuesta muy diferente de haber mencionado a Ecos del Rocío o El Nuevo Mester de Juglaría.
Mi afición a desvestir santos (aquí debería de tener la valentía literaria de responder entre paréntesis "es mayor la de desvestir vírgenes", pero no soy tan osado) me permite aceptar de buen grado que cualquiera me escupa en la cara que quizás sería capaz de salvar un tema de los Beatles, dos a lo sumo. Me vale para ello cualquier criterio. Tanto si es musical (que no era el caso) como si es social (deriva por la que creo escoraba mi compañero de mesa). No quise indagar en lo que él no regalaba, de forma que regateé la necesidad de conocer los motivos tras esas aseveraciones y lo dejé para el camino de vuelta, más allá de las doce de la noche, cuarenta minutos de autopista bajo el influjo hipnotizador de un disco icónico.
Hay que joderse. Lo que me hubiera costado contenerme a mis veinticinco. Lo fácil que me supone hacerlo ahora que ya no cumpliré los cuarenta nunca más.Ya no necesito convencer a nadie. Nunca debería haberlo necesitado, pero lo hacía. Y siempre es infinitamente más agradable hablar de ruido de cosas chocando (aunque no sean instrumentos musicales) que dedicar una enésima cena al escandalo y la indignación por la corrupción reinante en nuestra clase política. Espero no encontrarme con alguien como yo a mis veinticinco que intente convencerme de que es mi deber como ciudadano ético el entrar en ese saco de espanto y cabreo caracoleando entre improperios balanceados entre los dos partidos mayoritarios (por que es que son todos lo mismo).
El disco icónico que sonaba en mi coche de vuelta? Unkown Pleasures. Y siento discrepar al respecto de que mejor escucharlo cuando uno está bien porque sino puede inducir al ahogo. Será que no escuchan de la forma en que la escucho yo la guitarra de Bernard Sumner en ese homenaje a Burroughs que Ian Curtis encajó en su Interzone.
Cosas buenas a tod@s.


domingo, 12 de octubre de 2014

Dejarlo, volver y volver a dejarlo

Hace más de un año que no introduzco una entrada en el blog. Y no porque haya dejado de lado la afición y la curiosidad por la música. Llegó un punto en que publicar algo encendía luces parpadeantes en áreas enterradas de mi propio decoro. Ser un falsario y decirlo no es un pecado mortal. Que otros, avisados, lo quieran (o lo pretendan, que no he querido llevar a ese punto el análisis) obviar y me regalen el oído con prebendas y adulaciones me incomoda en el fondo. Por parecer una vuelta de rosca rebuscada el rectificarles el intento, callo, confiando en que no se cruzará por mi camino alguien que, él (o ella) sí, realmente, tenga el conocimiento y la capacidad de comprender los mapas que yo a ratos perdidos camino.

Llevaba unos días queriendo retomar la costumbre. A un paso más lento si puedo. Por una razón fundamentalmente, mi propio beneficio. Cuando, hace unos meses, me dedicaba a escribir esas entradas, me obligaba a recopilar información que no tenía claro del todo de donde me había llegado. Repasaba artículos o buscaba por internet. Nada de oscuras y encriptadas páginas, desde la wikipedia hasta las revistas más conocidas y accesibles en cualquier kiosko nacional. Pero el ejercicio no era en vano. Andar el camino es una cosa, intentar dibujar el mapa una vez andado es otra. Y esos trazos sobre el papel me hacían recordar detalles pasados por alto. Senderos laterales que bajan o suben a sitios nuevos. Eso, no escribiendo el blog, lo había perdido. Eso, volviendo hoy a escribirlo, es lo que me gustaría recuperar.

Pero me conozco, y no me acabo de fiar de mí. Mi circunstancia limita mi tiempo. Tengo más família que la última vez que escribí, y ellos y ellas necesitan también de mi tiempo. Tengo, suerte que tiene uno, un trabajo. No es el más absorbente del mundo, pero tampoco es el menos. Por eso no descarto que exista un "volver a dejarlo". Aunque le voy a dar la posibilidad de aparecer precisamente escribiendo este post de vuelta.

Intenté en el pasado cambiar incluso la fórmula. Conozco blogs donde las entradas se limitan a mencionar un tema que ha gustado, a colgar un video. Y me parecen perfectos, vaya por delante. Pero intentándolo no acababa de encontrar aquello por lo que me atrapaba escribir. Esa labor arqueológica dentro de mis propios recuerdos y mi vulgar documentación. Algo así como hacer maquetas de trenes ya que no podemos comprarnos uno.

Poco he escrito de música hoy. Sólo he cargado de balas el tambor del revolver. Ahora veremos si me pasa como a Lee en los Siete Magníficos. Pero no podría acabar un post sin introducir al menos una canción. Y me decanto por el I'm back again de los Fleshtones. Por el título, por ser un grupo de esa década mágica que fueron los 70s, de una ciudad alucinante como es NYC, por que expresa un estado de ánimo, de fiesta, de intención más que de ejecución.

A ver cómo me sale el viaje...

Cosas buenas a tod@s.